Octubre 30 de 2023
Por: Rafael Ávila.
Fotografía: Getty image by Mustafa Hassouna
El 2 de diciembre de 1948 el físico Albert Einstein, junto con otros 28
prominentes judíos más, enviaron una carta al diario The New York Times
donde señalaban al grupo terrorista sionista Irgun, y su sucesor Partido
Sionista Herut, como: “Partidos Nazis y Fascistas”.
Irgun fue el responsable el 22 de Julio 1946 del atentado con explosivos contra
la Comandancia Militar del Mandato Británico en Palestina, que operaba en el
Hotel Rey David en Jerusalén, y el cual dejó 92 muertos. Igualmente, Irgun es
responsable de la masacre Deir Yassin el 9 de abril de 1948 sobre campesinos
palestinos, y que se saldó con 107 muertos incluidos mujeres y niños. Esta
última masacre y muchas otras más, fueron perpetradas en conjunto con otro
grupo sionista terrorista conocido como Lehi.
Los terroristas de Irgun y Lehi fueron integrados a las fuerzas de defensa de
Israel en 1948. Irgun fue el predecesor del partido ultraderechista Herut
(Libertad) que posteriormente se llamó Partido Likud, y que actualmente
gobierna Israel en cabeza de Benjamín Netanyahu.
La ideología “Nazi y Fascista” en el sionismo, de la que advertían Einstein y los
demás firmantes en su carta, subsiste en la actualidad.
El presente articulo hace un cortísimo recuento de unos pocos eventos
históricos en el conflicto árabe-israelí, e intenta mostrar algunas de las
responsabilidades de sus protagonistas.
RESPONSABILIDAD BRITANICA
El 15 de mayo de 1948 los británicos abandonan Palestina derrotados por la
resistencia musulmana y el terrorismo sionista.
Habían sido autoridad regente de facto desde 1917 después de la derrota del
imperio Otomano en la primera guerra mundial. Dos promesas incumplidas, y
una serie de políticas erradas por parte de los británicos en estos 31 años,
consiguieron por igual, el odio hacia ellos, tanto de judíos como de árabes.
La primera de las promesas fue hecha entre 1915 y 1916 y se la conoce como:
“Correspondencia Husayn-McMahon”. En una serie de cartas enviadas por el
alto comisionado británico en el Cairo Henry McMahon, al Jerife de la Meca
Husayn Ibn Ali, los británicos ofrecían a los árabes la formación de un gran
estado que cubriría Irak, Jordania, Siria, Líbano, la península arábiga y la
Palestina histórica. A cambio, pedían su adhesión al Reino Unido en la primera
guerra mundial y un levantamiento árabe contra el imperio Otomano. Los
árabes cumplieron, y su participación en la guerra fue importante para la
victoria. Lo que nunca dejaron ver los británicos, es que no tenían ninguna
intención de cumplir con su parte, pues ya tenían otro acuerdo secreto con los
franceses, conocido como acuerdo Sykes-Picot, donde se repartirían por igual,
los territorios prometidos.
La segunda de las promesas está fechada el 2 de Nov de 1917 y es conocida
como “Declaración Balfour”. Fue el documento en el que por primera vez el
gobierno británico deja ver su aprobación para el establecimiento en Palestina
de “un hogar nacional para el pueblo judío”. Lo firmó el entonces ministro de
exteriores británico Arthur Balfour, y se dirigió al banquero londinense Barón
Lionel Walter Rothschild, un líder sionista de la comunidad judía en Gran
Bretaña. Con este escrito, se cumplía con el compromiso adquirido 3 años
atrás con los judíos, por la financiación de la primera guerra mundial, sin sus
capitales, no hubiese sido posible la victoria. La “Declaración Balfour” fue muy
bien recibida por parte de los sionistas, sin embargo, los británicos pasaron por
alto dos pequeños detalles: primero, estaban ofreciendo algo que no les
pertenecía, y segundo, olvidaron informarlo a los árabes.
Durante los primeros 15 años de su mandato en Palestina, los británicos
cumplieron a regañadientes con su compromiso con los sionistas, y
permitieron la inmigración judía. Sin embargo, por el otro lado, el
incumplimiento del pacto con los árabes, y el rechazo de estos a la política de
inmigración judía, derivó en una revuelta musulmana que se prolongó de 1936
a 1939, y que tuvo su momento álgido cuando el recién establecido Comité
Nacional Árabe, convocó una huelga general que se prolongó por seis meses, y
que puso a los regentes a temblar. La solución británica fue la misma usada
para resolver todos los problemas en sus colonias: “Violencia”. Se
bombardearon aldeas, se demolieron casas, se declararon toques de queda,
hubo arrestos masivos y se cometieron por igual, asesinatos selectivos como
indiscriminados.
El descontento se acrecentó tanto que, para inicios de la segunda guerra
mundial, los árabes amenazaban con unirse a los Nazis, quienes tenían como
enemigos comunes tanto a británicos como a judíos. Para los británicos perder
el apoyo árabe, cuya población en aquel momento rondaba el 85% de
Palestina, era como perder la batalla del medio oriente antes de empezarla,
por lo tanto, para recuperar la simpatía musulmana, optaron por otra solución
salomónica, la cual quedo consignada en un documento que se conocen como
“Libro Blanco”: decidieron prohibir la venta de tierras a los judíos, y
clausuraron la inmigración judía a Palestina.
Ahora los judíos se sentían burlados y traicionados. Con este par de
incumplimientos, y otras medidas igual de sabias, los británicos dieron
nacimiento, no solo a los terrorismos musulmán y sionista, sino también al
conflicto árabe-israelí.
RESPONSABILIDAD SIONISTA
En Julio de 1995 Benjamín Netanyahu, líder del partido radical Likud, presidió
en Tel Aviv, una movilización contra los acuerdos de paz de Oslo. Estaba
secundado por conservadores de derecha y ultraortodoxos sionistas. Emulaban
una procesión fúnebre exhibiendo en andas un ataúd desocupado y una soga.
Las consignas que se repitieron durante la marcha fueron: “Rabin es un
traidor” “Muerte a Rabin”.
Poco después, el 4 de noviembre de 1995, no lejos de donde se había
efectuado la marcha, el primer ministro de Israel, Isaac Rabin, caía asesinado
por tres disparos propinados por un ultranacionalista seguidor de Netanyahu.
Dos días más tarde, 80 jefes de estado, entre los que se encontraba el
presidente de EEUU Bill Clinton, asistían en Jerusalén a las exequias de Isaac
Rabin, todos ellos eran conscientes que, con Rabin, también estaban
sepultando la paz entre palestinos e israelíes.
Dos años atrás, en la ciudad de Oslo (Noruega), Isaac Rabin (dirigente del
moderado partido laborista), había llegado a un acuerdo con Yasser Arafat
(Líder de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP), en el que se
establecía un plazo de cinco años para gestionar un gobierno provisional
autónomo para los palestinos. De esta forma, se acogía la solución inicial de
dos estados propuesta por la ONU.
El renombrado historiador y político judío Simha Flapan, en su libro “El
Nacimiento de Israel, Mitos y Realidades” dice que sus investigaciones lo
llevaron a concluir, que la intención de los sionistas radicales nunca fue aceptar
la creación de dos estados, y que acataron la partición de Palestina en la
resolución 181 de 1947 de la ONU, solo como una estrategia para fundar el
estado de Israel y después expandirlo a la totalidad de Palestina. Algo que hoy,
36 años después de la publicación de su libro, queda evidenciado al pie de la
letra.
El 11 de noviembre de 2004, Yasser Arafat, el otro firmante de los acuerdos de
Oslo, moría después de un corto deterioro de su salud, la causa de la muerte:
“asesinato”. Las investigaciones no dan luces del homicida, sin embargo, los
estudios de un equipo forense suizo, muestran que las huellas digitales del
asesino quedaron en el cuerpo de Arafat, y se ven claramente en la conclusión
de su reporte: “Envenenamiento por el isótopo reactivo Polonio-210”.
RESPONSABILIDAD PALESTINA
En el otoño de 1975 en Gaza, un niño palestino lanza piedras con su honda
contra un tanque de guerra israelí. Reproducía, en el mismo sitio, la escena de
otro niño, esta vez israelita, que derribaba con su honda a un gigante philisteo
(palestino), 3000 años atrás.
48 años después de aquel otoño, el mismo niño palestino, esta vez hecho
hombre, y desde una silla de ruedas, lanza el peor ataque terrorista que haya
conocido el gigante Israel en su historia. Su nombre: Mohammed Deif.
Mohammed Deif, es el supremo comandante militar de Hamás, y cerebro
detrás del atentado del 7 de octubre. Hoy por hoy, es el terrorista más buscado
por Israel y EEUU. Nació en Gaza en 1965 en el campo de refugiados Khan
Yunis, a donde fueron expulsados sus padres en 1948 a punta de masacres a
manos de los grupos sionistas terroristas paramilitares Haganá, Irgun y Lehi.
Se radicalizó desde niño en el Mujama Al-Islamiya, futuro Hamás, que sería
financiado por Israel con el propósito de restarle poder a Al Fatah (Partido
secular, es decir no religioso) y dividir a los palestinos. Combatió en dos
intifadas y seis guerras contra Israel. Y sobrevivió a siete atentados contra su
vida, cinco de ellos con bombas de precisión lanzadas desde aviones F16
israelíes. En uno de los atentados, perdió a su esposa, su hijo de 7 meses y su
hija de 3 años. En otro, perdió una pierna, un brazo, un ojo y quedo postrado
en una silla de ruedas.
Desde niño, Mohammed Deif, creció escuchando las historias de la Nakba (La
catástrofe), el desplazamiento forzado de más de 700.000 palestinos a campos
de refugiados (en Gaza, Cisjordania, Jordania, Siria y Líbano), el despojo de
tierras y propiedades, la humillación, y la limpieza étnica de su pueblo. Su vida
no podía tener otro rumbo diferente, al único que le ofreció el destino: “El
terror”.
En 2006, en una votación histórica, Palestina elegía por una amplia mayoría, al
partido extremista islamista yihadista y fundamentalista “Hamás” para
gobernar y dirigir sus destinos. Lo hacía quizá por desespero, o desolación, al
ver que después de tantos años, las negociaciones no eran suficientes para
conseguir regresar a sus tierras, sus casas y sus vidas. Ese día en las urnas,
palestina dio por terminado el dialogo, o se dio cuenta por fin, que aquel no
había sido un dialogo, sino un cruel monologo, en el que sus palabras y sus
sueños se disipaban en el aire.
Israel, EEUU y la comunidad internacional, no aceptaron la determinación del
pueblo palestino en las urnas, y no reconocieron a Hamás como partido
gobernante. Sin embargo, la determinación ya había sido tomada, y Palestina e
Israel, pagarían el más doloroso precio que nunca antes hubiesen conocido.
LA LEYENDA
Cuenta la leyenda, que 3700 años atrás, un pueblo esclavo que había logrado
romper sus cadenas, erraba por el mundo en busca de un sitio donde detener
su paso. Después de caminar 40 años, siempre con rumbo norte, por fin
encontró: “una buena tierra, de arroyos, de aguas, de fuentes y de
manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides,
higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en la cual no
comerás el pan con escasez, y donde no te faltara nada; tierra cuyas piedras
son de hierro y de cuyos montes sacaras cobre. Allí comerás y te saciaras, y
bendecirás a Yahveh, tu Dios, por la buena tierra que te habrá dado”
(Deuteronomio 8:7-10).
Aquel habría sido el lugar perfecto, ideal para el anhelado y merecido
asentamiento, de no haber sido por un insalvable impase: “La tierra ya tenía
dueño”.
Los eruditos establecen la escritura del pentateuco (Los 5 libros de la Torá)
entre los años 500 y 400 a.C. Basados en criterios académicos tales como los
estilos literarios y la lingüística de los textos, se concluye que hubo al menos
tres grupos de autores. En sus escritos, estos escribas pusieron a su propio
pueblo como el elegido por Dios, y en la voz de este Dios, el mandato para
desalojar a los demás pueblos de aquellas tierras: “Pero de las ciudades de
estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejaras
con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al
cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha
mandado” (Deuteronomio 20: 16-17).
Si el mandato es divino, es licito y moral su cumplimiento. Y así lo hicieron:
“Tomamos entonces todas sus ciudades, y destruimos todas las ciudades,
hombres, mujeres y niños; no dejamos ninguno.” (Deuteronomio 2:34)
Y aquel que se interponga en el camino a la tierra prometida correrá la suerte
de Amalec, porque así lo ordeno Jehová a Saul y a los Israelitas: “Ve pues y
hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a
hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos.”
(Samuel 15: 3-4).
No deja de causar admiración el que, en estos tiempos modernos, haya todavía
quienes sigan al pie de la letra, escritos de la edad del hierro.