531 AÑOS DE DESVENTURA

Disruptiva
Lectura de 33 minutos.

Por: Rafael Ávila

LOS MONSTRUOS

Imagine que usted vive en una pradera hermosa, salpicada de bosques frondosos donde habitan miles de animales silvestres, usted siempre ha convivido con ellos en total armonía. Imagine que su pradera está bañada por cientos de riachuelos que se explayan en diáfanos lagos, las aguas son cristalinas y dan cobijo a peces y aves de muchas especies. En su pradera no hay límites ni particiones, la tierra se extiende libre e indómita hasta donde su pensamiento quiera concebir. Imagine que el clima benigno y la tierra fértil en este lugar idílico, siempre lo han proveído de cosechas abundantes. Usted nunca ha sentido hambre ni sed. Imagine que usted hace parte de una comunidad que ha vivido en esta pradera desde el principio del tiempo, todos son muy pacíficos, amigables, y solo los mueve el bienestar común. Estos bosques y estas tierras le sonríen cada día. Usted es feliz viviendo en este mundo fantástico.

Ahora imagine que un desdichado día en su pradera, usted ve aparecer a lo lejos las siluetas de unos seres inexistentes, a medida que se acercan se vislumbran más irreales y aterradores. Se trata de unos animales monstruosos que caminan en cuatro patas, tienen dos cabezas, dos brazos, y otras dos patas que cuelgan a lado y lado del cuerpo. Usted y el resto de la comunidad están aterrados, no atinan a huir o esconderse, sencillamente quedan petrificados. 

Cuando ya no pueden estar más cerca, estos seres se detienen, y para completar la escena apocalíptica, burla de toda razón y cordura, empiezan a dividirse en dos. La parte superior, junto con una de las dos cabezas, los brazos, y las dos patas colgantes, se despegan del cuerpo, descienden, y se ponen de pie al lado del resto del animal. Usted dirá que esto es solo una historia fantástica, acontecida en un mundo mítico. Pero no es así, este mundo realmente existió, y el extraordinario encuentro también. 

Usted ha imaginado ser un miembro de una de las más de 90 comunidades muiscas que habitaron la hoy conocida altiplanicie Cundiboyacense, el momento es justo el final de los felices tiempos precolombinos, y los aterradores seres del encuentro, los hombres de Gonzalo Jiménez de Quesada que acaban de remontar el valle del rio Magdalena. De los 800 hombres y 70 caballos que partieron de Santa Marta el 5 de abril de 1536, a este punto, un año después, solo han llegado 167 hombres y 30 caballos. Así de agreste y mortífera fue la conquista española. Las enfermedades tropicales, las serpientes venenosas, animales salvajes, el hambre, los indígenas indómitos y mil penurias más, fue el precio que pagaron los españoles por el expolio y genocidio cometido en América. Para los indígenas, el destino no fue más halagador, sería el fin de 18.000 años de tranquila, pacífica y armónica existencia. Su vida nunca sería igual, no volverían a ser felices, su paraíso habría de desaparecer. 

Pero sigamos imaginando… Estos seres, ahora alejados del resto del animal, se ven muy parecidos a usted, tienen un cuerpo, dos piernas, dos brazos y una cabeza, caminan igual que usted, y hasta incluso conversan entre ellos, lo que dicen es ininteligible. Usted se pregunta si quizá son hombres igual que usted. Sin embargo, tienen la cabeza más grande y plateada, sus cuerpos también son plateados y reflejan la luz del sol. Usted los ve caminar con soberbia entre la comunidad, parece como si estuviesen contando a sus miembros.

Uno de ellos, que viste una túnica larga, sostiene en sus manos una figura tallada en madera, y mientras repite el mismo estribillo una y otra vez, se acerca y la pone en frente ante sus ojos. Usted nunca ha visto nada más aterrador, quisiera entender aquel estribillo en esta nueva lengua para darle sentido a la imagen, pero no entiende una sola palabra.

Usted, que es orfebre, tampoco entiende como alguien se ha tomado el tiempo y el trabajo para tallar una imagen tan violenta. Se trata del cadáver casi desnudo de un hombre que cuelga de sus brazos extendidos de un madero horizontal, otro madero vertical sirve de soporte al primero. El cadáver se ve martirizado y tiene en su cabeza lo que parece un aro de espinas. Quizá, estos seres que ahora se ven amenazantes, le están diciendo con ello que, si no obedece, harán con usted lo mismo que al hombre del madero. Lo mejor será obedecer. Usted tampoco quiere que esta imagen violenta la vean sus pequeños hijos, pero no puede hacer nada, el hombre de la túnica se ha tomado la molestia de ponerla de frente, en la cara de cada uno de los miembros de su comunidad. 

Después, otro de estos seres, desenrolla algo parecido a una piel curtida de animal, la sostiene frente a los ojos, y mientras la mira fijamente, empieza a hablar en voz alta. El de la túnica se pone de pie a su lado y coloca la estatuilla de madera en alto. Lo que allí se lee es el “Requerimiento”, un abusivo texto aprobado 25 años atrás por el rey Fernando II de Aragón. En él, se hace un recuento de la creación del mundo, la historia de Adán y Eva, y el cristianismo. Explica que, con la divina potestad otorgada por la bula “Inter Caetera”, dictada por el Papa Alejandro VI Borgia, todas aquellas tierras allí presentes, junto con todo lo que hay sobre ellas, incluidos los indígenas, pasan a ser posesión de la corona española. La lectura se efectúa como lo dicta la ley: en voz alta, en presencia de un sacerdote y dirigida a los indígenas. Como de costumbre, el que ellos entendiesen o no, fue un asunto sin importancia. Este documento, adicionalmente, faculta a los conquistadores a usar cualquier fuerza y hacerles la guerra, en caso de que los indígenas se resistan a ser cristianizados o no obedezcan.

Un aparte del texto dicta: “Os certifico que con la ayuda de Dios entraré poderosamente contra vosotros, y os haré guerra por todas las partes y maneras que tuviere, y sujetaré al yugo y obediencias de la iglesia y de sus Altezas, y tomaré vuestras personas y las de vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos y como tales los venderé y dispondré de ellos como su Alteza mande, y os tomaré vuestros bienes, y os haré todos los males y daños que pudiere como a vasallos que no obedecen y que no quieren recibir a su Señor.”

“El requerimiento” no fue cosa distinta, que la vergonzosa justificación usada por España para la expoliación de América, y es considerado por los historiadores, como una de las causas principales de la muerte de millones de indígenas durante la conquista. De haber entendido, a usted le habría parecido aquella proclama, lo más absurdo jamás pensado. Para usted la tierra es inalienable. El querer apropiarse de ella, es como pretender adueñarse de la luz del sol, o de la lluvia, las nubes, o el agua de los ríos, o el aire. En su cosmovisión los hombres son hijos de la tierra, pertenecen a ella, no al contrario. Pero ni usted, ni los suyos, entendieron una sola palabra.

Acto seguido, el hombre de la túnica bendijo las nuevas posesiones del Rey: Bendijo la tierra, sus bosques, ríos y lagos, bendijo los animales y los peces que allí vivían, y las aves que allí volaban. Y una vez sacralizado todo aquello que había frente a su presencia…, no se volvió a ver ningún animal por aquellos parajes, y las aves volaron a otros esteros, y el bosque encantado no volvió a sonreír jamás. 

LA REPARTIJA

Pero siguiendo con nuestro ejercicio imaginario, usted no entiende la violencia de estos nuevos visitantes. Cuando entraron a su taller de orfebrería y encontraron algunos pequeños ornamentos en oro, se enfrentaron por ellos, discutieron airadamente, se golpearon y llegaron incluso a herirse. Para usted el oro es hermoso, escaso y tiene su valor, pero nunca para reñir por él. Poco después, usted se habría de enterar, que los nuevos visitantes venían enceguecidos por la codicia del oro, ebrios de una fantasía creada por ellos mismos, de una ciudad donde las casas eran de oro, las calles empedradas en oro, los hombres vestidos de oro, y todo lo que allí existía, oro puro. Muchos españoles recorrieron los más penosos caminos en busca de esta fantástica ciudad, y no fueron pocos, los que encontraron la muerte en esta absurda quimera. El nombre que le dieron a este inexistente lugar no pudo ser más apropiado: “El Dorado”. 

Tras “El Dorado”, fueron muchos los que partieron, pero también otros los que se quedaron. Las tierras fueron seccionadas, y se establecieron límites y linderos, la comunidad también fue dividida y repartida. A estas nuevas reparticiones de indios y tierras, se las llamo: “Encomiendas”. Las “encomiendas” fueron instauradas en 1522 por la corona como retribución a los conquistadores por el sometimiento y pacificación de los indígenas, o también conocidos en aquel entonces por España como: “naturales”, “rústicos”, “menores”, “salvajes” o “bárbaros”. Los españoles pasaban a regentar tierras e indígenas, y estos últimos, a ser vasallos o súbditos de la corona. Usted, su esposa, sus tres hijos y 300 miembros más de su comunidad, fueron asignados a un “encomendero”, a quien, en adelante, deberían servir y obedecer. 

Las encomiendas operaron bajo la política del “Terror”. Huir o desobedecer eran crímenes serios castigados con amputaciones. Pero si se trataba de algún reincidente, o de alguien huido, el crimen se pagaba con la vida. La hoguera y la horca fueron los métodos más comunes.

Matar indígenas no implicaba perdida monetaria alguna. Gracias a los diligentes oficios de Fray Antonio de Montecinos, 26 años atrás, usted y los demás indígenas de América, habían sido declarados seres humanos, poseedores de alma, y no podían ser esclavizados. Esto significaba que usted no podía ser vendido o comprado, y por lo tanto, no tenía ningún valor. 

Torturar indígenas antes de matarlos, y hacerlo en presencia de los demás, se convirtió en el arma más efectiva para conseguir sometimiento y obediencia. “El terror” había llegado a estas nuevas tierras, se estableció, y habría de perdurar en el tiempo.

En el siguiente link se puede consultar un artículo del historiador Español 

Antonio Espino López acerca del “terror” en la conquista:

https://www.bbc.com/mundo/noticias-60224535

FUROR DOMINI

Fue poco después que se establecieron las larguísimas y duras jornadas de labranza, cuando la muerte y desolación cubrió la encomienda. Usted nunca había visto ni oído hablar de nada más terrorífico, los españoles la llamaban: “Viruela”.

Fiel compañera de los intrusos, la viruela había cruzado el mar junto con ellos, y ahora, como un castigo divino, llegaba al nuevo mundo para desatar su inmisericordia sobre aquellos desventurados. Su esposa, junto con un tercio de la comunidad, habrían de morir en esta primera epidemia. Usted no estaba seguro si la perdida de sus familiares y amigos, se trataba de la ira, o la piedad de los dioses que, conmovidos con tantas penurias, se los arrebataban a los españoles.

EL DEFENSOR

Un exsoldado que había participado en las guerras de conquista de la Española (Santo Domingo) y la Isabela (Cuba), y que había recibido como compensación una importante encomienda, arrepentido de las barbaridades en las que había participado, y sensibilizado con la persistencia de tanta violencia e injusticia para con estas desdichadas gentes, decidió renunciar a sus tierras, liberó a los indígenas a su cargo, y para que su voz se escuchase más lejos y más fuerte, tomó los hábitos de los monjes dominicos, y consagró el resto de su vida a la justa causa de los indígenas de América. Su nombre: Fray Bartolomé de las Casas. 

De Las Casas es considerado hoy en día como el primer defensor de los derechos humanos en América. Se convirtió, prácticamente en solitario, en la voz de los sometidos. Enfrentó a enconados adversarios en debates ante tribunales de justicia, y ante la misma corona española. Consiguió que el emperador Carlos I de España, dictara las “Leyes Nuevas” de 1542, que ratificaban que los nativos americanos no podían ser esclavizados, y que no podían ser privados de su libertad por medio alguno, ni tampoco enajenados de sus propiedades.

Sin embargo, los triunfos suelen ser efímeros, cuando ellos son para los desventurados. Es para estos mismos tiempos que, usted y su comunidad estaban siendo despojados de sus tierras y bienes, y estaban siendo esclavizados. Esta evidente contradicción, se explicaba en la desoladora y cruda realidad que evidenciaba, que las leyes de indios, habían sido 

proclamadas solo para existir en el papel, pero nunca para cumplirse. La oposición de los castellanos a “Las Leyes Nuevas” fue tan virulenta, que fueron derogadas tres años después de su promulgación.

Aun así, De las Casas no se rindió, fue en este mismo año de 1542, cuando terminó de escribir su libro “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”. Lo dirigió directamente al príncipe Felipe (Futuro Rey Felipe II), entonces encargado de los asuntos de Indias. El libro estaba dividido en cortos capítulos cuyos títulos hacían referencia a un lugar. En ellos relataba crudamente las masacres, torturas, vejámenes y abusos cometidos por los españoles sobre los indígenas en cada uno de esos lugares. Este libro es considerado como la primera denuncia de la sistemática violación de los derechos humanos en América. 

En el capítulo referente a “La isla de Cuba”, De Las Casas, relata cómo después de una masacre, los indígenas sobrevivientes, en su desesperación, prefirieron el suicidio. Sacrificaron primero a sus hijos, y después se ahorcaron por igual mujeres y hombres, y dice que fueron 200 los indígenas ahorcados. En otro aparte, narra como un oficial del Rey, al que se le había adjudicado 300 indígenas, los envió a las minas, donde por los trabajos forzados y falta de alimento, en menos de tres meses, 270 de ellos habían muerto.

En el capítulo “Del Nuevo Reino de Granada” se refirió al poblado de “Cota”, no lejos de su comunidad, y donde usted tenía algunos conocidos y amigos. En él, De las Casas, relata la masacre de 15 jefes principales indígenas, que fueron descuartizados y dados a los perros para ser devorados. También describe la amputación de pies, manos y narices de hombres, mujeres y niños. Relata que, para escarmiento de los demás, de una cuerda habían sido colgados 70 pares de manos.

Las denuncias en este libro fueron tan explícitas y descarnadas, y su lectura despertó por igual tanto horror como repulsa, que España prefirió desaparecerlo. La primera edición fue publicada en Sevilla en 1552. Después de su inicial aprobación y distribución, el rechazo de los castellanos en ambos lados del océano, consiguió que el rey Felipe II, mandase a recoger todas las obras que no llevasen licencia real expresa, entre ellas, la “Brevísima”. Los libros fueron perseguidos, los que se localizaron fueron destruidos o quemados, los que aún no estaban circulando también se destruyeron, y se prohibieron posteriores impresiones y distribuciones.

Tuvo que pasar 94 años, para que, en 1646, se publicara en Barcelona la segunda edición, esta también habría de sufrir persecución y destrucción. En 1660 la Inquisición Española decretó la prohibición definitiva so pena de castigo severo, y prácticamente el libro desapareció de la historia. Hasta que 260 años después, en 1812, fue impreso por tercera vez en Londres, y un año después, en 1813, en Bogotá. Otro de sus libros, “Historia de las Indias”, finalizado en 1561, donde se denunciaban otras masacres y atrocidades, vio por vez primera la luz pública, 314 años después de ser escrito.

Con las denuncias de Fray Bartolomé, nació la “Leyenda Negra”. Los sectores castellanos más reaccionarios, en un intento de ocultar y desvirtuar lo que sucedía en América, tacharon a De las Casas, como un fanático que exageraba e inventaba hechos no acontecidos, decían que sus libros solo conseguían desacreditar a España ante el mundo. Hoy en día los historiadores han corroborado sus escritos con otras crónicas de la época, y se concluye que la obra es verídica y precisa. La “Leyenda Negra” ha subsistido desde ese entonces hasta nuestros días, y es probable que este escrito igualmente sea enmarcado como parte de ella.

El libro “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” puede consultarse en el siguiente link:

(No hay que descargar el PDF, el libro aparece enteramente abajo en el sitio 

web)

(PDF) Bartolomé de las Casas Brevísima relación de la destrucción de las Indias | Amir Valentín Gómez Tapia – Academia.edu

LA MINA

Usted no conoció a Fray Bartolomé de las Casas, tampoco escuchó hablar de él, no supo que era sacerdote de la iglesia católica, es más, usted no supo nada referente a la iglesia católica, usted nunca fue evangelizado. Aunque la ley obligaba a hacerlo, el proceder común en las “encomiendas”, era ignorarlo. 

A usted solo le preocupaba sus tres adorados hijos que habían sobrevivido a la peste, obedecía cada orden impartida, y trabajaba en la labranza tan fuerte como su cuerpo le permitía, lo hacía para estar cerca a ellos, y en la medida de lo posible, protegerlos. Sabía que los indígenas rebeldes eran llevados a las minas, y sabía que de allí, nadie regresaba.

Sus hijas de 12 y 14 años trabajaban a su lado, y su hijo de 7 años permanecía en las chozas junto con los demás niños. Era él, quien más le preocupaba, para él no había comida. Ustedes escondían algo de lo poco que les correspondía, y se lo daban cuando regresaban en la noche. Usted no entendía por qué, ahora que las cosechas producían infinitamente más que antes, recibían tan poca comida. Lo que usted ignoraba, era que las cosechas se vendían para alimentar las múltiples expediciones que conquistaban nuevas tierras, y que buscaban incansables, la resplandeciente ciudad de “El Dorado”.

Un triste día, usted no regresó a su bohío, no volvió a ver jamás a su adorado hijo, y apenas si pudo despedirse de sus hijas. A usted, junto con 20 hombres más, lo sacaron de los cultivos y los llevaron a otro lugar lejos de allí: “La mina”.

LAS MADRES DE AMÉRICA

El médico genetista Juan José Yunis, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, participó en un estudio en el que se examinaron 1522 muestras aleatorias de 11 departamentos de Colombia (uno de los estudios más completos realizados en el continente americano). En la investigación se analizaron dos marcadores en el ADN de la población colombiana: El “mitocondrial”, que es transmitido exclusivamente por las madres, y el del “cromosoma Y”, transmitido solo por los padres. Los resultados mostraron que, en el análisis mitocondrial, el 95% de la población colombiana posee genes amerindios, y en el del “cromosoma Y” un 70% genes españoles y  europeos. El Dr. Yunis explica, que por muy caucásicos y blancos que nos veamos, prácticamente todos los colombianos portamos genes amerindios, agrega que estos genes fueron aportados tempranamente por mujeres indígenas que se mezclaron con hombres españoles. Sus resultados corroboran lo que históricamente es conocido: una conquista, y buena parte de la colonia,realizada exclusivamente por varones españoles.

Mientras su vida se extingue rápidamente en la mina, sus hijas están siendo sometidas sexualmente por el encomendero. Ese era otro de los “servicios” que los españoles obligaron a cumplir a las jóvenes indígenas. Ellas, junto con muchas aborígenes más, que fueron violadas y abusadas, procrearían una primera generación que transmitiría sus genes a la futura población colombiana. Ese fue el mestizaje del que hemos oído hablar. 

Teniendo en cuenta que los mismos patrones se repitieron en el resto del continente, se puede concluir que estas dos niñas indígenas y muchas otras más, son las verdaderas madres de la América actual.

En el siguiente link se puede escuchar una entrevista al Dr. Juan José Yunis 

referente al tema.

https://www.bluradio.com/sociedad/que-tanto-adn-espanol-indigena-uafrodescendiente-tienen-los-colombianos

¿FUE LA CONQUISTA UN GENOCIDIO?

Para el historiador español Antonio Espino López, lo que ocurrió en América no fue un “descubrimiento” ni tampoco una “conquista”, según él, se trató de: “Una brutal y sangrienta invasión que debería generar vergüenza”.

Aunque no hay consenso final entre investigadores, se estima que previamente al arribo de los españoles a América, la población existente podría oscilar entre 70 y 100 millones de aborígenes. 150 años después, se tiene la certeza, que la población indígena no superaba los 3 millones. En su libro “El Holocausto en el contexto histórico”, Steven Katz dice al respecto: “Muy probablemente se trata del mayor desastre demográfico en la historia, la despoblación del nuevo mundo, con todo su terror, con toda su muerte”.

La mitad de la mortandad fue causada por enfermedades traídas por los españoles, y para las cuales los indígenas no tenían inmunidad, tales como: el tifus, viruela, sarampión, peste bubónica, cólera, tuberculosis, paperas, tos ferina, influenza y otras. La otra mitad, por las guerras de conquista, la posterior violencia, masacres, hambre, ejecuciones y trabajos forzados, impuestos por los españoles.

Para muchos historiadores y antropólogos, la palabra “genocidio” no puede aplicarse, porque nunca hubo la intención del exterminio. Según ellos, la sensatez dicta que los españoles necesitaban de los indígenas como mano de obra para desempeñar los trabajos. Para muchos otros, empezando por el primer tratadista en la historia en antropología, Fray Bartolomé de las Casas:

“lo que menos hubo en la conquista fue sensatez”. El exterminio que allí aconteció, no fue accidental ni involuntario, las condiciones brutales de explotación como la “encomienda”, el abuso, la intolerancia y soberbia de España sobre el nuevo mundo, hicieron de este inhumano acontecimiento: “El mayor genocidio y etnocidio en la historia de la humanidad”. 

Mientras usted trabaja en la mina, y el último aliento de vida escapa de su ser, recordaba aquel día en que vio como los conquistadores recogieron todo el oro de las comunidades aledañas. Allí estaban los exquisitos ornamentos en oro (narigueras, pectorales, brazaletes, orejeras, tocados, etc.), las delicadas ranitas y pájaros en oro, ídolos en oro, figuras antropomorfas en oro, y todo el esmerado trabajo suyo y de los demás orfebres en oro. Y los fundieron sin consideración alguna, y obtuvieron simples yertas barras de oro. Usted se preguntaba, el porqué del desprecio por su arte, el porqué del desprecio por su cultura, su lengua, su música, sus creencias, sus gentes, sus hijos y usted mismo. Y por más que lo intentaba, no encontraba respuesta racional alguna. Usted jamás habría imaginado, que este mismo desprecio, sería heredado por las futuras generaciones de estas tierras, y que habría de perdurar en el tiempo.

Cuando su adorado hijo llego a la misma mina 5 años después, solo lo animaba la esperanza de volverlo a ver a usted, quería que juntos recordasen, cuando en las noches cristalinas se tendían de espaldas para contemplar el cielo plagado de estrellas, y cuando nadaban en las diáfanas lagunas, y cuando visitaban a hurtadillas los animales del bosque encantado, y cuando fueron felices y más que felices en su pradera infinita. Pero nadie le dio razón alguna de usted. Allí solo había espectros en vida esperando que los dioses viniesen por fin a liberarlos. Su adorado hijo fue uno más de ellos, y un año después, se reuniría con usted en la eternidad. 

Fin.

DOS ACLARACIONES

1°- La fotografía del artículo no pertenece a una familia indígena muisca, posiblemente, corresponde a huitotos modernos del Amazonas. Se seleccionó, no solo porque representa a los cientos de comunidades indígenas de América, si no porque no existen fotografías fiables de los muiscas. Para el momento en que aparecieron los primeros daguerrotipos, su cultura ya había sido borrada de la faz de la tierra.

2°- El acontecimiento donde es fundido el oro de las comunidades de la altiplanicie, nunca ocurrió. Este hecho se repitió a lo largo y ancho de América, pero en este caso, antes de la llegada de los españoles a Bacatá, el Cacique Tisquesusa, hizo recoger todo el oro de sus dominios, lo escondió en algún lugar recóndito, y se refugió en el poblado de Facatativá. Había sido alertado de un suceso fortuito acontecido en la provincia de Sogamoso, donde los conquistadores perdieron toda cordura, y enfermaron irremediablemente de avaricia.

Gonzalo Jiménez de Quesada, se había topado con el fabuloso templo dedicado al dios Sol (Xue). Allí se encontraban los más extraordinarios presentes que, por generaciones, los muiscas ofrendaron a su dios principal. Todos ellos estaban elaborados en oro, y adornados con las más finas esmeraldas. Dos soldados, ciegos de curiosidad y avaricia, entraron sin autorización al templo, era tarde noche y se alumbraron con antorchas.

Cuando cruzaron el portal, no podían dar crédito a las suntuosidades que se presentaban ante sus ojos. Aquel tesoro increíble les haría ricos a todos ellos, y no sería suficiente una, ni cien vidas, para disfrutarlo por completo. Por fin, habían encontrado aquello que los hizo cruzar el océano, remontar ríos y cordilleras, atravesar selvas, y por último, llegar a este punto. Pero como un castigo divino a la codicia, aquella noche de felicidad, se tornó en amargura infinita, cuando los soldados, queriendo ver más claramente, acercaron demasiado sus antorchas a las paredes, y accidentalmente prendieron fuego al templo que estaba construido enteramente en madera y paja. No fueron suficientes los esfuerzos desesperados de los españoles extinguiendo la conflagración, para que aquella maravilla quedase reducida a humeantes cenizas. Al día siguiente, se evidenció las peores predicciones, no se pudo recuperar en oro, ni el equivalente a un misero maravedí. Todo había sido arrasado. 

Fue como si el fuego sagrado, hijo del dios Sol, hubiese impedido a los españoles, expoliar lo que le pertenecía a su padre. Poco después, en Facatativá, un soldado español, ignorando a quien atacaba, dio muerte al Cacique Tisquesusa, enterrando, para siempre, la posibilidad de hallar su extraordinario tesoro

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