Marzo 28 de 2024
Por: Rafael Ávila
Los cuatro evangelios que aparecen en la Biblia* son denominados “canónicos”, es decir, que cumplen con los cánones (reglas) de la iglesia, entre ellos, el ser inspirados por Dios. Los evangelios son: Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Los evangelios narran los hechos, o acontecimientos de la vida de Jesús, y sus dichos, que son sus enseñanzas o “su palabra”. A continuación, se hace un corto resumen histórico de los evangelios y algo más.
MARCOS, el evangelio que divinizó a Jesús:
El primer evangelio canónico que se escribió fue el de Marcos. (Los eruditos llaman a esta particularidad “Prioridad Marcana”). Fue escrito durante una segunda generación cristiana después de la muerte de Jesús entre los años 70 u 80 d.C. Se acepta que el lugar de su escritura fue Roma (a una distancia de 4000 Km de Nazareth), esto se sabe gracias a los frecuentes latinismos usados en su redacción, el estilo literario, y otros criterios paleográficos.
Marcos, al igual que los otros tres evangelios, fue escrito en griego koiné, no en la lengua materna de Jesús que era el arameo. La fuente de información usada en este evangelio, es la tradición oral que paso de boca en boca. Como todos los demás evangelios, el manuscrito original se hizo polvo en el tiempo, y sólo
se conocen fragmentos de copias de copias. El fragmento más antiguo de Marcos data del año 200 o 250 d.C, se identifica como papiro 5345 en el volumen 83 de la colección de Oxirrinco (propiedad de la Egypt Exploration Society).
El evangelio de Marcos es enmarcado bajo la teología de Pablo, un seguidor de Jesús que nunca conoció al maestro. Hasta la aparición de este evangelio, Jesús era considerado un profeta o mesías terrenal, es Pablo quien le da por primer vez carácter divino, y lo coloca como salvador de la humanidad con su sacrificio en la cruz.
Cabe resaltar que el título “Evangelio según San Marcos”, no formaba parte del texto original, el título con su supuesto autor fue agregado a finales del siglo II, es decir, 100 años después de haber sido escrito el evangelio, esto se hizo para diferenciarlo de otros evangelios que estaban apareciendo en el momento. A
los otros tres evangelios también se les adicionaron los títulos con los nombres de sus supuestos autores para la misma época y por la misma razón.
A este tipo de adiciones y alteraciones en los textos, y que se hacen sin notas aclaratorias, se las conoce en filología como “interpolaciones”. Los eruditos han identificado miles de interpolaciones en el nuevo testamento. El título de Marcos es remarcable, sin embargo, la interpolación más sorprendente, y que
se ha convertido en la más estudiada y controvertida, ocurre precisamente al final del evangelio. Los últimos doce versículos de Marcos (del 9 al 20 del capítulo 16), y que son pilares fundamentales de la fe cristiana, son una interpolación agregada a principios del siglo II.
Para algunos de los primeros cristianos, el final original de Marcos era ambiguo, y dejaba en el aire incertidumbre y contradicción. Incertidumbre, porque en este final no hay un solo testigo que viese a Jesús resucitado, y contradicción, porque las tres mujeres que iban a ungir el cadáver de Jesús, y que en su lugar encontraron a un joven de manto blanco que las comisionó a informar sobre la resurrección de Jesús, atemorizadas, no dijeron nada a nadie. Entonces, si no dijeron nada a nadie, cómo fue posible, que los apóstoles y el mismo autor del evangelio, se enteraran de este acontecimiento y de la resurrección de Jesús?.
Final original de Marcos:
- Final original en el versículo 8.
Este es el final de Marcos en los manuscritos más antiguos conocidos de la Biblia: Códice Sinaítico y Códice Vaticano (del siglo IV).
Para solucionar la incertidumbre y contradicción, 60 o 70 años después de haber sido escrito el evangelio, a algún “copista iluminado”, se le ocurrió la brillante idea de agregar, después del versículo 8, un pasaje en donde algunos testigos viesen a Jesús resucitado, y fue de esta manera que: Jesús se apareció primero a Maria Magdalena, después a dos apóstoles, y por último a los 11 apóstoles (Judas ya había muerto). De esta forma quedaba claro que Jesús, sí había resucitado. Y para que no quedara duda, lo puso a hablar. En su discurso a los apóstoles, Jesús los reprende por no haber tenido fe en su resurrección (Doctrina de la fe y la resurrección), después los comisiona a divulgar las buenas nuevas por el mundo (Evangelización), salva a los creyentes bautizados (Sacramento del bautizo), y a estos, les otorga potestad para exorcizar
demonios, hablar otras lenguas, manipular serpientes, les da inmunidad contra venenos, y como si fuera poco, les otorga el poder de curar enfermos con la imposición de manos (Sanación).
Para concluir magistralmente su interpolación, el copista llevó a Jesús al cielo y lo sentó a la derecha de Dios (Ascensión de Jesús)
Este final adicionado, se hizo muy popular y se empezó a anexar en muchas copias Bíblicas, no en todas, como en los Códices Sinaítico-Vaticano, ni en otras más. A pesar que esta evidente interpolación era conocida tempranamente, en el concilio de Trento, con el “Decretum de Canonicis Scripturis”, publicado en
1546, y basándose en que era tradicional y se leía rutinariamente en las misas desde la antigüedad, se decretó “la canonicidad” de este pasaje.
Hoy en día nadie pone en duda la interpolación del final del evangelio de Marcos, por lo que muchas ediciones Bíblicas colocan estos últimos 12 versículos en cursiva, entre comillas, entre paréntesis, o introducen alguna nota al pie de página aclarando que el pasaje no hace parte del texto original, o
solo aparece en manuscritos tardíos, tal como lo hace la Biblia Reina Valera Contemporánea.
El evangelio de Marcos es piedra angular en el cristianismo. Los siguientes evangelios de Mateo y Lucas, se basaron en él para sus redacciones. Marcos tuvo mucho éxito en la antigüedad, y se expandió pronto entre comunidades de Asia Menor, Siria y Egipto.
Respecto a la autoría de Marcos, se puede decir que prácticamente todos los eruditos coinciden, en que este, y los otros tres evangelios, son de autoría anónima.
MATEO, una copia ampliada de Marcos
Este es el segundo de los evangelios. Apareció entre los años 80 o 100 d.C. Fue escrito en Antioquía (Siria ocupada por Roma). Su autor seguramente fue un escriba judeocristiano de lengua griega. Este es el más judío de los cuatro evangelios, aquí Jesús aparece rabínico, es decir, que defiende la ley judía,
también porque son muchos los paralelismos entre Jesús y Moisés. Este enfoque rabínico es una de las razones por las que, durante 18 siglos, se consideró erradamente a Mateo como el primer evangelio en ser escrito.
Este evangelio es una copia de Marcos que adiciona nueva información proveniente de: la “fuente M” (de carácter judaico), el “documento de Antioquía”, y la llamada “Fuente Q”. La “fuente Q” son escritos donde se
recopilan frases atribuidas a Jesús. La existencia de la “fuente Q” es teórica y no aceptada por varios estudiosos.
LUCAS, segunda copia ampliada de Marcos.
Este evangelio, el tercero, fue escrito entre el 90 o 100 d.C. Su autor, nuevamente anónimo, seguramente fue un erudito judío de la diáspora, o quizá, un prosélito (gentil convertido), que llevaba años visitando la sinagoga, esto se deduce de su refinado griego y buen conocimiento de la Torá. La mayoría de estudiosos aceptan que este evangelio fue escrito en Éfeso, una importante ciudad y centro cultural de la época, localizada en la actual Turquía.
El evangelio de Lucas es una nueva ampliación de “Marcos”, que adicionalmente usa otras tres fuentes: la “fuente Q”, otra fuente conocida como “fuente L” y un documento que habla de la infancia de Jesús. (Los
eruditos llaman a esto “hipótesis de las cuatro fuentes”).
Lucas mantiene la divinización de Jesús dada por Marcos, pero lo muestra más humano y compasivo.
JUAN, el evangelio que endiosó a Jesús.
Los primeros tres evangelios (Marcos, Mateo y Lucas) son conocidos como “evangelios sinópticos”, esto quiere decir: “que se ven iguales”. La similitud se explica por ser Mateo y Lucas, copias ampliadas de Marcos.
El cuarto evangelio, Juan, es particularmente diferente a sus predecesores, no solo en la estructura, sino también en su contenido. Aquí Jesús es otro, aparece como un mesías diferente, no predica con parábolas cortas como en los sinópticos, sino que se explaya en meditaciones largas y profundas. Aquí no se menciona que Jesús naciese en Belén, ni que fuese hijo de una virgen, y sorprendentemente, tampoco es bautizado por Juan. Mientras que para la tradición sinóptica la mayoría del ministerio de Jesús ocurrió en Galilea, al norte de Israel, la mayoría del evangelio de Juan ocurre en Judea, al sur.
El evangelio de Juan fue escrito en Éfeso en el año 100 o 110 d.C. Igualmente en griego koiné. Inicialmente se creyó que fueron 5, o quizá 6, sus autores. Sin embargo, los últimos estudios señalan que lo más probable es que se trate de un grupo o comunidad entera. Entre las múltiples fuentes usadas, hay un
“himno a Cristo” y un “libro de signos”, que es un texto que reseña únicamente los milagros. También se ha podido establecer que se escribió en un par de décadas y durante varios periodos de tiempo.
Este evangelio marca un hito en la historia del cristianismo, lo más importante es la concepción de la naturaleza de Jesús. Aquí el “logo” o “verbo” de Dios, que también es Dios, está encarnado en Jesús, y forma junto con él, un ente único. Este es un concepto revolucionario y completamente novedoso para el
momento, con seguridad aparecería irreconocible para cualquier coetáneo de Jesús, incluso para él mismo.
El evangelio de Juan es una joya literaria, un hermoso texto que invita a la reflexión y meditación.
En el año 70 u 80 d.C, el evangelio de Marcos había divinizado a Jesús. Ahora, en este momento histórico, 100 o 110 años después de Cristo, y a 2000 km de distancia de Nazaret, por autoría de un grupo de judeocristianos de la diáspora, Jesús es hecho Dios.
- En adelante, Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Los otros 80 evangelios.
En unas excavaciones arqueológicas durante 1886-1887 en Ajmin, antigua Panópolis, en el Alto Egipto, fue hallado un sepulcro de un monje cristiano. El monje abrazaba contra su pecho un códice de pergamino de 66 páginas, el texto fue datado alrededor del siglo VIII. Entre los varios escritos del libro, había una copia fragmentaria del evangelio de Pedro. Los expertos creen que el original de Pedro fue escrito en Antioquía aproximadamente en el año 150.
Este fue el primero de varios hallazgos con los que se han evidenciado la existencia de aproximadamente otros 80 evangelios. Ellos fueron escritos en los primeros tres siglos después de la muerte de Jesús. Aparecieron en Asia menor, Siria, Egipto, norte de África y Grecia. Entre los principales se encuentran: El evangelio de Matías, Nicodemo, María Magdalena, otro de Juan, el de Sofía (sabiduría), Tomás, Pablo, Pedro, y hasta el de Judas. Todos son anónimos, de ninguno se conoce el original, fueron escritos en griego, copto, y algunos en arameo. En esta variedad de evangelios aparecen distintas versiones de Jesús, tantas, que parece como si no se refiriesen al mismo mesías. Los “hechos” y “dichos” igualmente son diferentes y variopintos. En el de María Magdalena, ella aparece como la elegida por Jesús para liderar su
iglesia, muy seguramente fue escrito por una mujer. En el de Judas no hay traición, aquí Judas es el más fiel de los apóstoles, que cumple el mandato de Jesús para ser entregado a los romanos. En el de María y Felipe, María Magdalena aparece como esposa de Jesús.
Algunos de estos evangelios fueron escritos en tiempos de los canónicos, la mayoría son posteriores, pero hubo al menos uno, que es anterior: el evangelio de Tomás.
Varios académicos aceptan que Tomás fue escrito en Siria en el año 60 o 70 d.C, posicionándolo como el más antiguo en la historia. Tomás expone únicamente los “dichos” de Jesús (Logia Iesu), los cuales son referidos en frases y párrafos cortos, aparecen 114 dichos en total. Una de las grandes diferencias con los canónicos, es que aquí no hay milagros, es Marcos quien los introduce posteriormente. De igual manera, en ningún momento se menciona la crucifixión, quizá, porque lo que menos querían recordar sus seguidores, era la ejecución de su maestro, o quizá, porque la crucifixión no solo era un acto de castigo, sino también de humillación que se imponía a los peores criminales. De la misma manera, en Tomas tampoco se menciona la resurrección, y Jesús aparece como un profeta terrenal sin divinidad alguna que, aunque dice ser
hijo de Dios, igualmente proclama que todos somos hijos de Dios, colocándose al nivel de cualquier mortal.
El primer fragmento del evangelio de Tomás se encontró en 1896 en Oxirrinco (Egipto). Posteriormente en 1945 en el pueblo de Nag Hammadi (Egipto), en un descubrimiento importante, se encontró la única copia completa conocida de este evangelio. Hoy en día, son cada vez más los eruditos que aceptan a Tomas
como la llamada “fuente Q”. En Nag Hammadi, también se hallaron los evangelios de Felipe, Santiago, y otros evangelios más.
¿Pero por qué estos evangelios no aparecen en la Biblia? La respuesta está en el concilio de Nicea.
Primeras sectas y enfrentamientos.
La religión que se profesaba en el antiguo imperio Romano era el “Paganismo”. En ella se adoraban múltiples dioses y deidades, y se practicaban diferentes rituales, esto había sido aceptado como una solución política para unificar la inmensa variedad cultural que cobijaba el imperio. La aparición del
cristianismo, de carácter monoteísta, que era dirigido a las clases más desposeídas, y donde se profesaba la igualdad y hermandad entre todas las personas, chocaba con la sociedad clasista y esclavista del imperio, esto inquietaba a los romanos.
La persecución romana a los cristianos durante los primeros tres siglos fue tan implacable, que los seguidores de Jesús se vieron obligados a formar grupos clandestinos y realizar sus ceremonias religiosas en secreto, así nacieron las primeras sectas cristianas. Esto derivó en la práctica de diferentes cultos, y el
seguimiento de múltiples evangelios.
Sin embargo, y a pesar de la persecución, para comienzos del siglo IV, el cristianismo se había expandido prácticamente por todo el Imperio Romano, se encontraba por igual en Asia menor, las Galias, norte de África y hasta en las lejanas provincias de Hispania y Britania. Fue para entonces que el emperador
romano Constantino I, cayó en cuenta que continuar con la persecución ya no tenía sentido, por el contrario, vio la oportunidad de unir al imperio en el credo cristiano, y fue como en el año 313 que promulgó el “edicto de Milán”, con el que se aprobó la libertad de cultos, de esta forma se puso fin a la persecución
religiosa.
Por primera vez en casi 300 años, las sectas cristianas, sus cultos, y evangelios, pudieron aparecer públicamente. Con ellas, también aparecieron las divergencias entre unos y otros, y pronto se generaron discusiones teológicas que se fueron agudizando y que amenazaban con la división. La intención de
Constantino había sido unificar al imperio, no enfrentarlo. Por lo cual, en el año 325, por recomendación del Obispo Osio de Córdoba, decidió convocar el primer concilio ecuménico (es decir “universal”) con la intención de consensuar criterios y solucionar el problema.
El famoso y amargo concilio de Nicea
Este primer concilio se realizó no lejos de Constantinopla, en la pequeña ciudad de Nicea. Participaron 318 obispos que vinieron de todas las diócesis del imperio, cada uno de ellos podía asistir hasta con dos sacerdotes y tres diáconos, y se les pidió que trajesen sus propios evangelios. El emperador Constantino, que no era muy creyente, pero eso si bien precavido (se hizo bautizar en su lecho de muerte), y que de teología no tenía ni la menor idea, se sentó a escuchar atentamente, y a aprender de aquellos versados en los temas de la divinidad.
Lo primero evidenciado por Constantino, fue que los evangelios más seguidos eran: Marcos, Mateo, Lucas y Juan. La razón era sencilla, los tres primeros, que eran muy similares (sinópticos), y que aparecían como tres versiones independientes, daban la sensación que lo allí relatado era la verdad de lo acontecido, porque coincidían en los mismos “hechos” y “dichos”. En aquel momento no se podía saber que Lucas y Mateo eran copias ampliadas de Marcos, esto se probó recientemente en 1838 con la solución del “problema sinóptico” aportada por C.H. Weisse y C.G. Wilke. Otro factor influyente, es que en estos evangelios se presenta un Jesús todopoderoso, que deja constancia de su divinidad con múltiples milagros, en Lucas aparecen hasta 36.
Cuantos más milagros, mayor la aceptación del público. El cuarto evangelio, el evangelio de Juan, era el favorito, aquí Jesús aparecía como el mismísimo Dios.
Fue por esta razón, que en este concilio no se discutió cuales iban a ser los evangelios escogidos para la futura iglesia del imperio, los cuatro evangelios nombrados, ya habían sido seleccionados de antemano por sus seguidores.
Aquí tampoco se discutió La divinidad de Jesús, ninguno de los obispos presentes lo ponía siquiera en duda (todos eran proto-ortodoxos). Tampoco se decretó que el cristianismo fuese la religión oficial del imperio, esto lo haría 55 años después (en el 380 d.C), el emperador romano de Oriente Teodosio I con el edicto de Tesalónica.
Entre las cosas que sí se discutieron y acordaron en este concilio, estaban: la fecha para la celebración de la pascua, la prohibición a los clérigos de prestar dinero a interés, se ratificó el “Credo Niceno” (que aún se reza en las misas), y también se prohibió que los monjes se castrasen para cumplir con el celibato,
bastaba no convivir con mujeres distintas a sus madres hermanas o tías. Hubo otros temas igualmente sin importancia que aquí se discutieron, pero el argumento de fondo, y por el cual el Concilio de Nicea pasó a la historia, fue un asunto que enfrentó amargamente a dos sectores: el de Alejandro (Obispo de Alejandría), y el de Arrio (Presbítero de Egipto).
Durante casi dos meses, a partir del 20 de Mayo del 325 d.C, 318 obispos se enfrascaron en una enrevesada discusión, donde según algunos cronistas de la época: se acusaron mutuamente de blasfemos y herejes, se abofetearon, se taparon los oídos mientras los opositores exponían sus argumentos, se
retiraron del recinto, se rompieron sus escritos, y otras acciones más, propias de las discusiones teológicas, mientras cada sector, defendía enconadamente uno de dos únicos postulados en discusión: “¿Era Dios el padre de Jesús?”, o “¿eran ambos uno solo?”.
Al final, por tratarse de un tema celestial, no se concluyó nada de nada, no hubo acuerdo alguno, y ninguno de los dos sectores cedió un ápice en sus posturas. El emperador Constantino, quien había escuchado juiciosamente toda la discusión, lo único que aprendió de ella fue que, si algo tenían los cristianos, era ser testarudos e intolerantes. Así que, llegado a este punto, hizo pública la determinación que ya había tomado desde antes de citar el concilio, como buen político que era, le dio la razón al grupo que más fieles congregaba en el imperio. Fue de esta manera que Alejandro (obispo de Alejandría), sería quien tuviese la razón. Arrio y otros dos únicos obispos que lo apoyaron hasta el final, fueron declarados herejes, excomulgados, exiliados a la provincia de Ilírico, y sus escritos fueron prohibidos y quemados.
A partir de este momento, se estableció oficialmente que: “Dios y Jesús, eran uno solo”, tal como lo habían ideado, en el año 110 d.C, un grupo de Judeo-Cristianos mientras redactaban el evangelio de Juan.
Y a pesar que en el concilio no se prohibió ningún evangelio, Constantino mandó a copiar 50 Biblias que se repartirían en cada una de las provincias del imperio, y que serían las únicas oficiales, en ellas solo se incluirían los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Con esta determinación, implícitamente, Constantino “canonizó” estos cuatro evangelios, y le impuso la “extrema unción”, a todos los demás. Sería el obispo Atanasio de Alejandría, quien posteriormente, en el año 381, habría de declarar a todos los evangelios excluidos, como “apócrifos” o prohibidos, y los perseguiría para quemarlos y borrarlos de la historia.
Jesús, ¿Mito o realidad?
Con los descubrimientos arqueológicos e investigaciones aportadas, quedaba claro que todos los relatos de la vida de Jesús, habían sido escritos por autores que nunca lo conocieron, tampoco vivieron en los años próximos a su vida, y fueron redactados lejos de Galilea. Fue entonces cuando apareció la inevitable
pregunta: ¿Existió realmente Jesús, o quizá se trató de un mito?
Ya desde el siglo XVIII, con las ideas de la ilustración europea, se venía indagando por esta cuestión, pero fue hasta principios de 1800 que se inicia una búsqueda frenética por encontrar la realidad histórica de Jesús. A lo largo de 200 años, y durante tres periodos de tiempo, que se conocen como “las tres
búsquedas”, Incontables científicos, historiadores, filólogos, filósofos etc. Casi todos ellos de escuelas racionalistas, se dedicaron a bajar a Jesús de su morada celestial para ubicarlo en los ámbitos terrenales, y descubrir al personaje real, detrás del dogma.
A pesar que la Biblia es considerada por la academia como un libro religioso de carácter dogmático, no todo lo escrito en ella puede considerarse invención.
Para corroborar los relatos bíblicos, los investigadores escudriñaron en la historiografía no cristiana tratando de encontrar coincidencias (criterio de la múltiple atestación de fuentes), y usaron nuevos criterios académicos para extractar, de todas las epístolas y evangelios (apócrifos y canónicos), lo que pudiese considerarse verdad, de lo meramente dogmático. Adicional a esto, estudiaron la geografía y el momento histórico, y hasta incluso, llegaron a hacer análisis psicológicos de la salud mental de Jesús.
Con las investigaciones, lo primero que salió a relucir, fue la escasa mención que hicieron los historiadores de la época referente a Jesús o el cristianismo. Tan solo Flavio Josefo y Tácito, nombran escuetamente el bautizo y la crucifixión. Hay otras dos cortas citas al cristianismo por parte de Suetonio y Plinio el joven, aparte de esto, prácticamente no hay más información. La explicación, seguramente la tiene el historiador y filólogo español Antonio Piñero Sáenz, quien dice que Jesús fue un artesano de Galilea y líder religioso
sin mayor importancia en su época, pero quien ganó reconocimiento después de su muerte, al ser idealizado y divinizado en los evangelios.
A medida que se avanzaba en la búsqueda, fueron apareciendo cientos de perfiles diferentes de Jesús, algunos lo describían como un hippy que predicaba amor, otros como un temperamental, pero en el fondo noble maestro, que profetizaba la restauración del reino. En medio de tanto “erudito”, cabe destacar el trabajo de Albert Schweitzer, un verdadero genio, médico, filósofo, teólogo, musico, premio nobel de la paz, y conocedor incomparable de las escrituras. En su libro “En búsqueda del Jesús histórico”, publicado en 1906, hizo una crítica a sus colegas, dijo que cada uno de los nuevos rostros de Jesús, estaba moldeado a imagen y semejanza de sus autores. Schweitzer, también posicionó a Jesús, como uno más de los varios
“Cristos”, que predicaron mesiánicamente en su época, tales como: Simón bar Kojba, Judas de Galilea, Apolonio de Tiana, Juan el bautista, etc. (“Cristo” es la traducción griega del hebreo “mesías”, que significa: “ungido”). De igual manera, clasificó acertadamente a Jesús, como un profeta “apocalíptico o escatológico”, esto significa que predicaba el inminente fin de los tiempos por eventos catastróficos, y la posterior restauración del reino gracias a la intervención divina. Este espinoso tema había sido ignorado intencionalmente por la iglesia a lo largo de la historia, la razón, es la constatación del no cumplimiento de la profecía, pues nunca se evidenció el inminente fin de los tiempos. Al final, Schweitzer concluyó que, pretender encontrar al verdadero Jesús, era infructuoso debido a la falta de datos, y que, en últimas, Jesús
llegaba a nosotros como “un verdadero desconocido”.
Son pocas las conclusiones a los esfuerzos en la búsqueda del “Jesús Histórico”, las más sólidas se sustentan en el criterio de la múltiple atestación de fuentes.
Entre ellas cabe destacar, el que Jesús tuvo cuatro hermanos y al menos dos hermanas, todos ellos hijos de María y José (aceptado por el 50% de los estudiosos). Que el mayor de ellos se llamó Santiago, quien continúo el ministerio de Jesús, y quien fue ejecutado por el Sanedrín (aceptado por el 95% de los estudiosos). Pero aquello en lo que no hay discusión, y en lo que coinciden prácticamente todos los investigadores, e historiadores modernos, se resume en tres únicas premisas que cumplen todos los criterios académicos de verificación:
1- Jesús realmente existió y no es ningún mito.
2- Jesús fue bautizado por Juan el bautista.
3- Jesús murió crucificado por órdenes del prefecto romano Poncio Pilato durante el imperio de Tiberio.
El resto de lo que conocemos de Jesús, tanto “dichos” como “hechos”, pertenece al universo de la especulación.
Opinión personal
Contrariamente a lo poco conocido de la vida real de Jesús, es muchísimo lo que sabemos de lo hecho en su nombre a lo largo de la historia.
Iniciando en el siglo V, cuando se empezó a usar la cruz y el crucifijo como símbolos cristianos. Vale la pena preguntarse si Jesús estaría de acuerdo en que se usara su imagen martirizado y crucificado para ser recordado. Se pueden dar las explicaciones e interpretaciones teológicas o filosóficas que se quieran, pero no por ello, deja de ser el símbolo más violento y morboso jamás ideado en la historia.
Lo que vino después, no se puede compendiar ni en mil tomos de literatura. Son incontables y casi que indescriptibles las barbaridades que se han cometido en nombre de Cristo. Por nombrar algunas:
La guerra Franco-Visigoda (Arrianos) en el siglo VI, la invasión Carolingia a Sajones paganos en el siglo IX, las cruzadas en los siglos XI y XII, la cruzada de Nicópolis en el siglo XIV, la expulsión de los judíos de España en el siglo XV, la conquista (invasión) de América en el siglo XV y XVI, las masacres de Sabra y
Shatila en Líbano en 1982, cometidas por milicias cristianas en conjunto con las Fuerzas de Defensa Israelíes sobre 3500 civiles palestinos, el antisemitismo, la demencial justicia de la inquisición durante 350 años, que condenó a la hoguera a científicos, filósofos, supuestas brujas, cualquier vecino señalado de
hereje, y que incluso llego a enjuiciar animales y también los condenó a la hoguera, etc. etc. Y eso sin contar el “oscurantismo”, que retrasó el progreso de la humanidad por 10 siglos. El hombre debió llegar a la luna, y el momento del computador e internet, debieron ocurrir hace 1000 años, de no haber sido
por aquellos que, en nombre de Cristo, decretaron que cualquier avance científico era herejía.
Hoy en día, los que se hacen llamar representantes de Cristo en la tierra, y que predican “su palabra”, aparecen en los escándalos de pedofilia, o en el lavado de dinero de las mafias usando el banco vaticano e iglesias evangélicas, y en las estafas a crédulos en iglesias católicas, cristianas, y ortodoxas, y mil vergonzosos etcéteras más. Todos en nombre de Cristo.
Para la época de Jesús, el 95% de la población palestina era analfabeta (Holmén y Porter, 2011). La lectura y escritura eran actividades reservadas para clérigos y escribas. Incluso nobles y gobernantes, eran
iletrados que usaban a los escribas para estos menesteres. Jesús y sus apóstoles fueron humildes artesanos y pescadores que, con seguridad, tampoco leían ni escribían.
Si Jesús hubiese dejado escritos, habría llegado a nosotros su verdadero pensamiento y palabra. Pero de ser así, también se hubiese esfumado la posibilidad de haber sido moldeado, en el dogma perfecto que la posteridad creó.
*Existen cuatro diferentes Biblias: La hebrea, la católica, la ortodoxa y la protestante. El judaísmo considera a Jesús un falso profeta herético y no incluye los evangelios en su Biblia